«Cuidar al cuidador».
Seguramente has leído esa frase muchísimas veces.
Posiblemente también te han dicho que te cuides, que no puedes cuidar de nadie si no te cuidas a ti misma.
Y es bastante probable que ante una u otra opción, tu reacción haya sido pensar
- ¿Cómo voy a dedicarme un minuto con todo lo que debo hacer?
- ¿Cómo voy a privar a mi bebé de mis atenciones durante ese momento?
Puede que hayas respondido que no necesitas cuidarte, que estás bien, que llegas a todo.
Pero sabes que no es así.
Internamente reconoces que lo necesitas imperiosamente. Estás agotada, quemada y a veces debes recordarte respirar profundamente para recuperar la calma. Nadie reconoce el esfuerzo que supone tu día a día y esa falta de empatía social con tu enorme labor, por momentos, te carga de rabia. Sientes que haces lo imposible y más, pero tu plena dedicación es invisible, muchas veces, para quienes te rodean.
La imagen que nos venden de la maternidad ideal dista mucho de la que vives aunque pongas todo tu empeño. Tus ojeras, la ropa sin planchar y la coleta torcida reemplazan al maquillaje perfecto y el pelo de peluquería que lucen esas madres de revista con sus retoños vestidos a juego.
Pero no pides ayuda. No quieres mostrarte débil y ese es el verdadero reto, porque tu mochila es mucho más pesada cuando la cargas a solas.
Por eso decidí escribirte este mensaje:
Debes encontrar ese momento, ese rato sólo tuyo, ese mimo, esa hamaca donde reposar, esa figura que te escuche y te acompañe, esa desconexión de tu rol de cuidadora, durante un rato.
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No digo que sea fácil, sé que no lo es.
La dificultad reside en encontrar la forma de hacer real ese tiempo, de poder disponerlo sin que suponga un stress adicional. Pero aún más difícil es dar el primer paso: reconocer que lo necesitas y no sentirte mal por ello.
Debo decirte que esos sentimientos no son raros, los comparten millones de mujeres en el mundo que cuidan de sus hijos e hijas. La exigencia de cuidar de alguien 24/7 tiene una carga emocional y física acumulativa.
Ver la fragilidad de nuestro bebé y sentir que somos las únicas que podemos (y sabemos) cómo cubrir sus necesidades es muchas veces agotador.

Cuando hablamos de personas con alto grado de dependencia por alguna enfermedad o discapacidad, todo ello se potencia y surgen más dificultades. De las cuidadoras de personas altamente dependientes, de las madres atípicas, de la crianza de hijos con diversidad funcional escribiré en unos días.
Hoy voy a centrarme en lo típico, en la mayoría de mujeres que en algún momento de su vida, como te puede pasar a ti, están ejerciendo un rol de cuidadoras no escuchadas, sin red, que no se permiten detener su carga de trabajo porque lo perciben imposible.
¿Qué pasa con las dinámicas de tu día a día? ¿Cómo llegas a esa sensación de agotamiento cada noche? ¿Por qué te culpas por desear espacios propios que te reconforten?
La etiqueta de supermadre no vale para nada y mucho menos para ti. Reconocer tus momentos de debilidad o hablar de tus dificultades emocionales es complicado, pero es el primer paso para enfrentarte de manera preventiva a unos síntomas que podrían derivar en un Síndrome de Burnout, la «enfermedad de la idealidad».
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Te valoro. He valorado ese mismo esfuerzo en mi crianza. La autoexigencia enmascara muchos miedos y decisiones postergadas: ¿ Cómo voy a ceder el control del cuidado en tal ocasión? ¿La persona que me reemplace ese momento sabrá hacerlo bien?
Relativiza, prioriza y ataja.
¿Qué puede resultar tan terrible si alguien te reemplaza unas horas? Vuelve a pensarlo. Confia en tu criterio de eleccion de dicha persona, que se quede un tiempo en tu ausencia, sabes quien es la persona indicada para hacerlo, porque conoces lo que se necesita y quien puede brindarlo.
Tu bienestar emocional y físico repercute directamente en tu calidad y continuidad como cuidadora. Cuidándote a ti, cuidas de tu hijo.
Ataja los síntomas. Como te expliqué antes, la carga física y emocional de la labor del cuidador es acumulativa. No creas que no te pasará factura, es un proceso invisible que los psicoanalistas intentamos prevenir pero que frecuentemente nos encontramos en estados muy avanzados, después de un ataque de pánico que llevó al paciente a urgencias y es derivado con medicación a nuestra consulta.
No es una cuestión de voluntad.
Estos últimos años, con el auge del coaching emocional de pseudoprofesionales sanitarios circulando por las redes sociales, se ha instaurado en la sociedad un mensaje de voluntarismo ante las dificultades de la vida. «Si tú quieres, puedes», «Para salir de la depresión hay que querer», «Curarse de tal o cual enfermedad es una cuestión mental, de ser optimista».
Nada más lejos de la realidad.
Nadie (léeme bien: NADIE, conscientemente), nunca, elige sentirse mal, enfermarse, tener ataques de ansiedad, fobia o depresión. Cargar de responsabilidad a la persona transitando estas circunstancias es vil e inútil.
Existe una incidencia en la mejora cuando existe un apoyo de contención sobre el estado anímico.
Tomar la decisión de mejorar tu calidad de vida sí es voluntario, pero no porque vayas a sonreír mirándote al espejo vas a solucionarlo todo.
La decisión implica buscar apoyo en una tribu, una amiga o una profesional que te permita sentirte reconocida, escuchada, que valide tus emociones y tu malestar. Poder nombrar lo que te ocurre sin vergüenza, sin temor a la mirada ajena.
Como podemos leer en este post del Club de las Malasmadres:
«Muchas mujeres se sienten mal, sufren el llamado baby blues, tienen depresión postparto, no sienten ese flechazo con música de violines que se suponía que tienes que sentir de manera irremediable, y al sentir lo que se supone no deberías estar sintiendo las mujeres callan pero el problema sigue ahí. Levantar la mano, pedir ayuda a la familia, delegar incluso buscar ayuda profesional es fundamental para afrontar lo que está pasando y derribar un tabú que poco a poco está cayendo. No pasa nada por contarlo, es necesario.»
Laura Baena, del Club de las Malasmadres.
Cuida tu estado anímico para poder tomar las riendas de tu bienestar, reconociendo tus necesidades de cuidado para mejorar tu calidad de vida y la de esa persona a la que te entregas plenamente en tu labor de cuidadora incondicional, de madre.
No esperes más. Inspira profundamente, piensa cuáles son tus opciones y busca el respiro que tu cuerpo y tu mente llevan tiempo pidiéndote.
Te abrazo, sé que estás cansada. Pero no estás sola. Transitar las nuevas etapas de la vida acompañada, hace que el viaje sea mas liviano y reconfortante.
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